Empezaremos hablando de este tema sobre el fin que tiene el matrimonio griego. Los griegos se casaban no por amor, aunque algún caso habría, sino para la creación de futuros descendientes que aseguren la descendencia de la familia. Si eran varones mejor, pues eran los que, según las leyes, podían asegurar la continuidad del culto familiar. Solo los hijos heredaban, y si algún hombre solo tenía hijas algún pariente varón tenía que desposar a alguna de las hijas y supervisar la herencia.
Si algún miembro del matrimonio no puede tener hijos porque es estéril (la esterilidad siempre era culpa de la mujer) o por alguna otra extraña razón, adoptaban a un niño. La adopción era fácil: cogían al bebe de una de las “exposiciones” de otras familias. Cuando un padre repudiaba o no podía mantener al recién nacido lo exponía en la puerta de su casa y eso significaba que cualquiera que pasase por allí podía llevárselo si lo podía cuidar. Si no se lo llevaba nadie el bebe acababa muriendo allí. En Esparta, además, no solo se abandonaba a un hijo si no se le podía mantener, sino que también lo hacían si veían que al nacer eran de complexión débil. Los tiraban de las cumbres del monte Taigeto.
El matrimonio y la maternidad eran obligaciones de la mujer, y ellas estaban siempre bajo la tutela de un varón, sea el padre, el marido o el hombre más cercano.
En las bodas, la esposa tenía unos 14 años y el marido alrededor de 30. La novia debía de ser virgen y la elección del cónyuge recaía en los padres. El hombre debía de dar una serie de regalos (los hédna) a su futura esposa, y los padres de la mujer debían dotarla para asegurar la manutención de la hija por sí misma, para que no tuviese que depender de su marido. Si el marido moría la dote pasaba a manos de los hijos (y si estos eran menores de edad a los tutores correspondientes).
En la víspera de la boda se realizaba un sacrificio a las divinidades que les corresponde la protección del matrimonio (Hera, Zeus...), la mujer consagra a Artemis los juguetes o objetos de su infancia y se realizaban ritos de purificación.
El día de la boda las casas se decoraban con ramas de olivo y laurel. En la casa del padre de la novia se celebraba un sacrificio y después un banquete. La novia iba vestida con un velo y una corona y estaba acompañada de otra mujer. El marido iba acompañado de otro hombre. Un niño iba repartiendo pan de un cesto. La comida del banquete eran platos tradicionales hechos por ellos mismos. Cuando llegaba la noche la novia salía de casa de su padre y se dirigía, con todos sus familiares, a casa del marido, donde en la puerta era esperada por los padres de éste. Entonces entraba en la casa, la dirigían al fuego y espolvoreaban su cabeza con nueces e higos secos. A partir de entonces estaba ya integrada en su nueva casa y el marido se la podía llevar a la habitación nupcial.
Al día siguiente se realizaban nuevos sacrificios y rituales.
En Esparta, en cambio, el día del matrimonio a la mujer se le cortaba el pelo, se la vestía de hombre y se le hacía esperar a oscuras sobre una esterilla a que llegara su marido.
Los maridos solían dejar arreglado el matrimonio de sus esposas con otros maridos por si morían.
Cuando se casan la mujer se convertía en la dueña de la casa (pero no en la propietaria) y vivían en casa de los padres del marido. Cuando nacía un hijo se decoraba la puerta con una rama de olivo (si era varón) o una cinta de lana si (si era mujer) como muestra de felicidad. Al quinto día del nacimiento se celebraba una fiesta familiar (Anfidromías) en la que el padre recorría el fuego con el hijo en brazos, mostrándoselo a los demás familiares. Allí se le ponía el nombre, que era el del abuelo y a modo de apellido se añadía la coletilla “hijo de...” y el nombre del padre. Después de esta fiesta el padre ya no podía exponer a su hijo, pero aún así si que podía repudiarlo o desheredarlo.
Una vez casados, la fidelidad era muy estricta en la mujer pero no lo era tanto para el hombre. El marido podía mantener relaciones sexuales con sus sirvientas o podía llevar concubinas a la cama de su casa. Los que se lo podían permitir pagaban los servicios de las “heterais” (prostitutas de élite), las cuales participaban en debates filosóficos, eran poetisas y tocaban instrumentos musicales.
Si una esposa le era infiel a su marido, ésta no era la culpable de la infidelidad (aunque pillen a los amantes en pleno acto) ya que la mujer, según las leyes, “no es consciente de lo que hace”. Pero esté acto no queda impune: la mujer puede ser repudiada por su marido y entonces su padre debía devolver los hédna al marido de su hija y el marido devolver la dote a los padres de ella. Incluso, si el amante era pillado con la esposa en casa de ésta por el marido, éste estaba en su derecho para poder matarlo.
En caso de divorcio los hijos se quedaban con el padre y la divorciada era libre para volverse a casar y tener hijos.
A lo largo de la historia se han ido realizando los mismos tipos de matrimonios: los reyes o duques casaban a su hija con otros nobles para preservar su riqueza y su linaje.
En la actualidad, sigue habiendo matrimonios concertados en países muy religiosos, como la India y Pakistán, o en tribus dispersas por el mundo. En esos matrimonios no hay amor. En los países desarrollados también hay esos matrimonios de conveniencia: un hombre o mujer necesita la nacionalidad de otro país y por una cantidad de dinero se casa con otra persona y consigue la nacionalidad.
La forma de casarse también ha trascendido hasta nuestros días. La Iglesia Católica, por ejemplo, ha cogido elementos del casamiento griego, como las personas que acompañaban al novio y a la novia, el banquete o la noche nupcial.
Las bodas griegas actuales son parecidas a las de la Grecia Antigua, y eso a dado lugar a infinidad de películas como por ejemplo “Mi Gran Boda Griega”.
En nuestra sociedad también tenemos el divorcio, aunque es algo distinto al griego y, hasta hace bien poco, el papel de la mujer dentro del matrimonio también era muy parecido. Por suerte la sociedad avanza y mejora, y ahora tenemos leyes que permiten que la mujer pueda ejercer funciones tanto dentro como fuera de la casa y que reconocen la igualdad entre los dos sexos.
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