31 de enero de 2011
Catasterismos: El mito de Perseo
La palabra es un cultismo que viene del griego καταστερισμοί (κατά (encima, abajo) + ἀστήρ (estrella, astro), que significa colocado entre las estrellas. El término procede del título de un libro de Eratóstenes de Cirene, donde se describían algunas de dichas transformaciones.Eratóstenes creó el catasterismo de Berenice II de Egipto, mujer de Evergetes , quien era su reina, convirtiendo su cabellera en toda una constelación.
PERSEUS es una constelación del norte que representa a Perseo, un héroe mitológico que decapitó a Medusa. Es una de las 48 constelaciones de Ptolomeo , y también una de las 88 constelaciones modernas. En ella está la famosa variable Algol (β Persei), donde se localiza la lluvia de meteoros de las Perseidas.
La constelación de Perseo representa a un guerrero armado con el casco de Hades, el escudo de Atenea, y la espada y los talares de Hermes;y lleva en su mano la cabeza de Medusa , cuyo ojo corresponde a la estrella Algol. Perseo se incluye en el conjunto que abarca a Cefeo, Casiopea, Andromeda, Pegaso y Cetus.
EL MITO
Este catasterismo viene del mito de Perseo. Acrisio, el padre de Dánae, encerró a su hija en una torre para que ella no pudiese estar con un varón , ya que una profecía anunció a Acrisio que su nieto le mataría. Pero Zeus se metamorfoseó en lluvia de oro y logró entrar a la torre y dejar a Dánae embarazada
Dánae engendró a Perseo y, Acrisio los tiró al mar en un cofre. Después de navegar mucho tiempo a la deriva, llegaron al reino de Sérifos, donde fueron recogidos por Dictis, hermano del gobernante de la isla, el tirano Polidectes. Dictis fue para Perseo como un padre.
La belleza de Dánae hizo que Polidectes se enamorase de ella. Pensando que Perseo era estorbo en sus planes intentó librarse de él e hizo creer a todo el mundo que quería conquistar a la princesa Hipodamía. Polidectes pidió a los habitantes de la isla que le entregasen un caballo cada uno para poder ofrecérselos a la princesa como regalo. Perseo como no tenía ningún caballo ,le prometió traerle la cabeza de Medusa, una de las tres Gorgonas que podía convertir en piedra a los hombres con su mirada. Polidectes aceptó, pensando que era imposible y que no regresaría
Zeus ayudó a su hijo, pidió ayuda a Atenea y Hermes. Hermes le dio una hoz de acero para cortar la cabeza de Medusa y Atenea le regaló un brillante escudo y le dijo que tenía que hacerar. Para encontrar el escondite de Medusa, Perseo buscó a las Grayas, tres ancianas que sólo tenían un mismo ojo y un mismo diente y que compartían pasándoselos una a la otra. Perseo les quitó el ojo y el diente, obligándolas a confesar donde vivía Medusa a cambio de devolvérselos.
Perseo se encontró con las náyades, que le dieron un zurrón mágico, el casco de Hades, que permitía volver invisible al que lo llevara puesto, y unas sandalias aladas. Con la ayuda de estos objetos logró llegar a la casa de las gorgonas. Usando el escudo como espejo le cortó la cabeza de Medusa sin tener que mirarla. De la sangre de Medusa nació el caballo alado Pegaso y el gigante Crisaor.
Cuando volvió a casa, Perseo encontró a Andrómeda encadenada a una rocadonde le habían dejado sus padres ,Cefeo y Casiopea, para ser devorada por el monstruo marino Ceto. Perseo se enamoró de Andrómeda , la liberó y mató al monstruo con su espada o, según otras versiones, petrificando una parte del monstruo al enseñarle la cabeza de Medusa. Qería casarse con ella , pero la joven ya tenía otro pretendiente, Fineo, al que no le sentó bien y Perseo tuvo que convertirle en piedra , y también a sus acompañantes. Perseo y Andrómeda se casaron y tuvieron tener seis hijos: Perses, Alceo, Heleo, Méstor, Esténelo y Electrión, y una hija llamada Gorgófone.
Aquí podemos observar la forma de la constelación:
La Metamorfosis de Dafne
Mitológicamente, la metamorfosis es un recurso muy utilizado. Las historias de transformaciones de personas y dioses en animales o plantas conforman una gran cantidad de mitos. La mayoría están recogidos en la famosa obra "Las Metamorfosis" de Ovidio, gracias al cual han podido llegar a nuestros días estas maravillosas historias.
La historia de la que yo voy a hablar aquí tiene como protagonistas a Dafne y a Apolo. Todo empieza cuando Apolo se burla de Eros metiéndose con su puntería al disparar flechas, y él como venganza, lanza dos: una con la punta dorada (la que hace que las personas se enamoren), que se clava en el mismo corazón de Apolo; la otra con la punta de plomo, (que hace que las personas rechacen el amor), que se clavó en el corazón de Dafne. Apolo, perdidamente enamorado de Dafne, la persigue por el bosque, pero ésta, movida a causa de la flecha de plomo, le rechaza y reza al dios Peneo para que la metamorfosee, y de esta manera librarse de su cuerpo. Así es como acaba convertida en laurel, y Apolo, entristecido, hace de éste su árbol representativo.
Esta famosa escultura, de Lorenzo Bernini, representa la transformación de Dafne en laurel. Es de estilo barroco y fue esculpida entre 1621 y 1624. Esta estatua está hecha a tamaño real y está expuesta en la Galería Borghese en Roma.
Aquí dejo una historía un poco versionada de este mito, narrada por la misma Dafne:
Pero no fue hasta después de aquel extraño pinchazo, algo que sentí muy hondo en mi corazón, cuando decidí huir de todos aquellos hombres que admiraban mi belleza y guardar celosamente mi virginidad, igual que habían hecho otras deidades antes que yo.
No me consideraba importante por todas aquellas atenciones, al contrario. Me abrumaban, y pensaba que no necesitaba tantas. Además, todo aquello provocaba en mí un sentimiento de malestar, casi de culpa y creía que nunca podría amar. Pero entonces, cuando mi corazón se encogió, fue cuando supe que realmente sería así: ningún hombre podía ser amado por mí. Por eso supe que no podría seguir viendo a mis pretendientes, uno tras otro, intentando ganarse mis favores.
Por eso tomé aquella decisión. Pero mi padre siempre me lo reprochaba. Yo observaba con ternura como su preocupación por mí le hacía enfadarse hasta esos extremos. Decía “Me debes un yerno” o “Me gustaría tener nietos”. Sólo con decir eso, conseguía sacarme los colores. Para mí, la libertad que me brindaban los bosques y la naturaleza eran sagrados, y no iba a estropear su pureza, ni a sacrificar la mía ni siquiera por mi padre. Hubo una época en la que estuve dispuesta a hacerlo, pero ahora no.
Por eso, cada vez que discutíamos solía acercarme a él y rodeándole el cuello le susurraba: “Permíteme, amado padre, gozar de mi virginidad, como también otros padres les han permitido hacer a sus hijas”, le daba un beso en la mejilla y me marchaba de allí habiéndole dejado con una sonrisa. Sabía que esas palabras le dolían, pero a aquellas alturas ya no podía concebir para mí la vida conyugal. La misma discusión de siempre, y aunque solía conseguir calmarle, me malhumoraba y me entristecía por igual que no acabara de respetar mi decisión.
Mientras caminaba podía sentir en los árboles, en la energía que me rodeaba, que los problemas amorosos nunca me abandonarían. Siempre estaría ligada a ellos por la belleza que los demás descubrían en mí y tal vez eso fuera lo que más temía de ellos: nunca serían algo estable. Por eso prefería estar en compañía de los árboles.
Suspiré y acaricié la corteza del árbol que me quedaba más cerca. Entonces un escalofrío me hizo estremecer.
Por eso, cuando lo vi parado frente a mí en medio del camino, supe que todo iría mal. Enfrente de mí se encontraba nada menos que Apolo, que me miraba de una forma extraña. Extraña para mí, que en un primer momento no supe lo que significaba. Él observaba todos mis movimientos, mis pasos gráciles, el ligero movimiento de mis brazos, el ondear de mi pelo a causa del viento…
Mi primera reacción fue de pánico. ¿Qué querría tal divinidad de mí? Pero después… Después, aunque sólo fue un instante, sentí algo. Algo que, como su mirada, al principio no reconocí. No obstante, enseguida el pánico volvió y el temor a ser pretendida de nuevo me invadió. Sin embargo lo sentí como algo lejano, algo que no era realmente mío… Pero el miedo fue más grande que la curiosidad, y me encontré a mí misma corriendo, huyendo de aquella mirada que había logrado reconocer: amor, obsesión.
Él me siguió y con su profunda voz dijo:
– Dafne, hija de Peneo, no huyas de mí, que no te quiero ningún mal. Al contrario, es amor lo que me hace seguirte…– y eso fue lo peor que pudo haber dicho: incluso en mi bosque, mi espacio personal, el único sitio que me ofrecía paz había sido invadido por alguien que me “amaba”.-…Para, pues tengo miedo de que caigas y tus delicados brazos y piernas acaben heridos…-seguí corriendo, con todas mis fuerzas.- Tú no sabes quién soy, y por eso me huyes. No soy un pastor, ni un comerciante, ni un pobre desdichado de ciudad. Yo soy aquél a quien rinden adoración en Delfos, soy… - “Ya lo sé, ya lo sé, ¡Ya lo sé!” quise gritar en ese momento. Pero guardé mis fuerzas para seguir corriendo.-…Apolo.
Un dios persiguiéndome por el bosque, porque me amaba, y mi corazón que ansiaba ser libre más que nada, no sabía cómo afrontarlo. Un pequeño pinchazo en el pecho me hizo dudar y estuve tentada a pararme. Pero corrí y corrí por el bosque hasta que se agotaron todas mis fuerzas.
Entre entonces en un claro donde había una pequeña charca y me dejé caer junto al agua. Entonces supe que no tendría escapatoria. Me giré y observé como Apolo decía cosas que mis oídos ya no escuchaban. Me sentía lejos de mi propio cuerpo y de mi propia voz incluso cuando invoqué a mi padre: “Padre, te suplico que me ayudes, pues sobradamente sé que puedes. Transfórmame en algo que me quite de esta forma y este cuerpo que ha sido mi desgracia.”
En ese momento un calambre me recorrió. Pude sentir cómo mis pies se hacían uno con el suelo, mis brazos se estiraban y se quedaban rígidos, mi pelo se transformaba en hojas verdes. Pude sentir como mi sangre se volvía más densa y mi piel se resquebrajaba y se convertía en corteza. Pude sentir como mi cuerpo se quedaba estático y cómo mis sentidos iban desapareciendo.
Era el último momento y pude sentir cómo unos brazos, tan cálidos como el mismo Sol, me rodeaban y no pude evitar, girando lentamente la cabeza, que una lágrima resinosa cayera por lo poco que quedaba de mi rostro y quedara seca en mi corteza, y entonces, justo en aquel instante, creí sentir que se encogía mi corazón.
Foto: Planta de laurel.
30 de enero de 2011
La metamorfosis de Adonis
Una metamorfosis en la mitología griega es cuando una divinidad cambia su forma física, o la de otra persona, por otra para conseguir determinados objetivos. Las metamorfosis más conocidas son las de Zeus: para conseguir acostarse con quien quiera es capaz de transformarse en un toro blanco, en un cisne o incluso en polvo dorado. No siempre tiene por qué ser una divinidad la que cambie de forma pues cualquier dios puede, bajo forma de castigo, transformar a otros seres mortales (es el caso de Atenea y Aracne, que fue transformada en araña después de una rivalidad con la diosa).
Un ejemplo de otra metamorfosis es la de Adonis en una anémona, después de que, tras su muerte, Venus (Afrodita) le convirtiese en esa flor por amor. La madre de Adonis, Mirra, no veneraba a Venus y, como castigo, hizo que se enamorara de su padre. Mirra logró acostarse con su padre y cuando éste se dio cuenta de quien era su concubina intentó matarla. Por suerte consiguió huir, pero estaba embarazada y tan avergonzada que suplicó a los dioses que le hicieran algo. Éstos la convirtieron en un árbol y, mientras sufría la transformación, una ninfa lo observó todo. Cuando nació el bebe la ninfa lo cuidó y lo educó. Un día Venus estaba paseando con Cupido en un carro por el cielo y justo en el momento en que vio a Adonis en un río se pinchó accidentalmente con la punta de una flecha de oro de Cupido y se enamoró perdidamente. Al final Adonis muere y Venus le convierte en una flor.
Este momento recrea la muerte de Adonis:
Era una noche preciosa: la luna brillaba firme sobre el cielo, soplaba una suave brisa y no se oía ni el más mínimo ruido. Silencio, demasiada tranquilidad. La calma que precede a la tempestad, como debí suponer y no hice. Yo había salido a dar un paseo, como hacía todas las noches antes de acostarme, sin saber lo que el destino me deparaba, sin saber que en esa misma noche mi vida iba a llegar a su fin por la cornada mortal de un jabalí. Sí, mi vida con aspecto humano terminó allí, desangrándome y chillando, pensando en los buenos momentos que pasé en mi corta existencia junto a Venus. Pero ahora soy una flor, una anémona con pétalos rojos como la sangre y frágiles como un niño, y descanso bajo el árbol que me dió la vida y que, ahora si lo sé, era mi madre. Aún puedo recordar la primera vez que la vi, descendiendo del cielo en su carroza tirada por diez cisnes más blancos que la nieve, mirándome majestuosamente y pidiéndome que me acercase. Yo le hice caso, fascinado como estaba por su presencia y preguntándome qué podía querer la diosa de mí. Me pidió que le acompañara a dar una vuelta y, por supuesto, accedí.
Pasaron días, semanas y meses, y cada vez, desde que salía hasta que se ponía el sol, Venus venía y pasaba conmigo todo el día: unas veces cazábamos, otras pescábamos o simplemente nos dábamos un chapuzón en el río. Se notaba que estaba profundamente enamorada de mí, pero todo llega a su fin y el mío llegó aquella trágica noche. Sé que le dolió mucho el haberme perdido, pero no había nada que hacer. La herida era profunda y me desangraba rápido, y cuando ella vino ya había terminado todo. Estaba muerto y, por mucho que se empeñara, por mucho que se mesara los cabellos e intentara detener la hemorragia con sus propias manos, no podía hacer nada. Me veló durante toda la noche y como último consuelo para ella y como una última ofrenda para mí, me convirtió en una flor de una especie hasta entonces desconocida: una anémona.
La metamorfosis de Jacinto.
Es decir, un cambio; hoy en día aplicado tanto a lo físico como a lo psicológico. Pero si nos centramos en la cultura clásica y su mitología, encontramos historias en que las transformaciones son tan inverosímiles que son propias de cuentos de hadas. Pero ya todos conocemos más o menos cómo era la mitología y sus cuentos imposibles, así que supongo, esto no nos sorprende.
Las metamorfosis de Ovidio es una obra de quince libros escrita por el poeta romano Ovidio, en el que se narran muchas y variadas historias mitológicas que incluyen una metamorfosis de sus personajes. Una de ellas es la de Jacinto, y contaré su historia como si yo fuera él mismo:
Siendo príncipe no me sorprendía que en las ciudades espartanas se hablara de mí.
Hacía días que oía rumores en las gentes, habladurías que me tenían a mí como protagonista y a otros tres hombres. No sabía demasiado de Tamiris, más que al parecer tuvo algún percance con divinidades por alardear de ser mejor músico quedando ciego, mudo y sin memoria. Menos aún conocía de Céfiro además de que era el dios que nos trae el viento del Oeste. Pero todo esto lo guardaba en mi memoria gracias a Apolo. No me importaba lo que hablaran de mí, de ellos o de él. Sólo aguardaba con ansias el momento en que me reuniría con mi dios. Siempre tan hermoso, iluminado por una luz que lo hacía parecer aún más divino y hacía brillar sus dorados rizos. Mi corazón se encogía cuando venía a buscarme como cada tarde, y la de aquel día no fue una excepción. Sentía que mis mejillas se teñían de un rosado leve y él, simplemente, me sonrió. Aquella tarde, junto al río Eurotas, decidimos no dedicarle tanto tiempo a la música para que yo consiguiese dominar el arte del disco. No dudé en sonreir y asentir ante tan emocionante propuesta, y corrí a colocarme algo alejado de Apolo para que él me enseñara la manera perfecta de lanzar el disco. Recuerdo cuan impresionado quedé al poder casi palpar la fuerza en el ambiente que empleó en su lanzamiento, y ese se transformó en el último recuerdo nítido que conservo. Sé que el viento sopló con tanta fuerza que tuve que cerrar los ojos por la impresión, sintiendo al momento un impacto tan doloroso en mi sien que todo se hizo negro, profundo e infinito. La voz de mi amado pronunciando mi nombre resonaba con eco, pero yo no pude responder por mucho que quise, mi boca no articuló palabra.
Ahora no veo nada, no puedo hablar ni tampoco moverme. No sé qué soy, pero sé que siento, que estoy aquí. La gente que pasa ante mí me llama hermosa flor y me acaricia, pero no lo acabo de entender. Yo sólo me pregunto si para mi dios sigo siendo hermoso, si todavía me recuerda. Anhelo el momento en que me vuelva a llamar por mi nombre, que me vuelva a llamar Jacinto.
Jacinto, joven príncipe espartano, amante del dios Apolo también era deseado por un afamado músico y por Céfiro, dios del viento. Apolo, a base de calumnias, se deshizo de Tamiris como rival, mientras a Céfiro se le consumían los celos por el amor que Jacinto desarrollaba hacia Apolo, y decidió como venganza y despecho terminar la vida del joven mientras practicaban el lanzamiento del disco, soplando con fuerza para que el objeto impactara en la cabeza del efebo. Apolo, para guardar su memoria sólo pudo metamorfosearlo en una flor, la Flor de Jacinto.
El nombre referido a esa flor, por supuesto, sigue siendo usado en la actualidad, haciendo posible guardar en la memoria el recuerdo del joven, como quiso Apolo al darle vida como flor.
29 de enero de 2011
El catasterismo de Calisto
Un catasterismo es una transformación mitológica de un personaje en una estrella o constelación en la mitología griega.
Existen varios catasterismos en la mitología griega: Cástor y Póllux, Píramo y Tisbe (los antecesores de Romeo y Julieta)...
Pero yo voy a explicar el catasterismo de la ninfa Calisto:
Éste es el aspecto de la constelación que todos podemos observar en el cielo:
Éste es el aspecto de la constelación al unirse los puntos: la primera de forma estelar y la segunda ya de forma gráfica.
Entre sus objetos más destacados está la estrella Mizar, una estrella doble visible con prismáticos, que forma pareja con Alcor.
También es la clave para identificar la estrella Polar (utilizada por los navegantes para situar el Norte Verdadero y también para calcular la Latitud Geográfica), la última estrella de la cola de la Osa Menor.
27 de enero de 2011
EL JUICIO DE PARÍS.
"PARA LA MÁS HERMOSA"
Esta pintura, es de Abraham Bloemaert de 1638. Se encuentra en el museo "Mauritshuis", utiliza figuras sensuales y elegantes. Además las figuras se encuentran idealizadas. En ella, podemos observar la boda de Tesis y Peleo, y como aparece Érides y lanza la manzana, en la que pone "para la más hermosa", al estar harta de no ser invitada, ni considerada. Y es así, como da lugar el juicio de Paris. Esto podríamos considerarlo el inicio del juicio de Paris, pues es entonces cuando deciden llamar a Paris, para que decida él, quien es la más hermosa.
Aquí tenemos una pintura de Peter Paul Rubens, de entre 1635 y 1638. Se encuentra en el museo "National Gallery de Londres" y respecto a su estilo se trata de un barroco centroeuropeo. En la pintura, vemos que están las tres diosas sobre las cuales de discute cual es la más hermosa: Atenea, Hera y Afrodita. Y se encuentran enseñándole su belleza y lo que pueden ofrecerle a Paris, el que hará de juez, porque se le considera imparcial. Por una lado Atenea le ofrece ganar la guerra y una gran sabiduría, Hera le ofrece el reino y por último Afrodita, a la mujer más hermosa, que finalmente es Helena. Por esto, Paris la escoge a ella.
Y por último, podemos ver esta pintura realizada por Pierre Auguste Renoir en 1913-1914, la cual se encuentra en el museo "Hiroshima Museum of Art", y tiene un estilo clásico. En la pintura, vemos como Paris ya se ha decidido a cual elegir, después de que Atena, Hera y Afrodita, le ofrecieran un único poder. Como podemos observar en la pintura, finalmente se decide por Afrodita pues esta le ofrece a Helena, y en la pintura vemos como se le está dando la manzana, "para la más hermosa", y con esto podríamos decir que concluiría el juicio de Paris.
26 de enero de 2011
Leda y el Cisne.
La metamorfosis de Narciso
La luz se filtró entre los árboles del bosque, iluminando el claro donde se hallaba una manada de ciervos. Era mi turno, sería una cacería perfecta. Eso parecía, hasta que confirmé la idea que había sospechado desde hacía unos minutos: alguien me estaba siguiendo. Aclaré mi voz y pregunté, decido, quién estaba allí. Recibí mi propia pregunta en respuesta, como si de un eco se tratase. Intenté despejar mi mente y olvidar el asunto, concentrándome de nuevo en los ciervos. Pero, mi incipiente calma se vio interrumpida por una ninfa que precipitó sobre mí. Otra pretendiente más. Impedí que me abrazase y le repetí lo que a muchos otros ya había dicho, que me dejase en paz.
Días después del suceso, volví a pasear por esos bosques. Fue curioso, de repente, sentí una creciente necesidad por beber. Recordé que no muy lejos de donde me encontraba, había un arroyo. En cuanto llegué, dispuesto a saciar mi sed, me incliné para acercarme al agua. Me detuve al observar una joven figura reflejada. La belleza que emanaban aquellas aguas era hipnótica, atrayente; podría haber pasado horas contemplándola. Aunque mi sed persistía, intenté olvidarme de ella, no me atreví a rozar el agua. ¿Cómo osar hacer desaparecer esa figura? Incluso cuando cayó la noche, la Luna seguía ejerciendo su acción reflectante sobre el arroyo, permitiéndome persistir en mi nuevo afán. El único medio que me recordaba mi existencia humana era una garganta en proceso de deshidratación.
Supongo que finalmente sucumbí y pasé horas así, simplemente observando. Hasta que mi humanidad desapareció y, con ella, mi deseado reflejo. En el lugar en el que yacía, dicen que hoy queda una hermosa flor, un narciso.
* Hay varias versiones del mito, he optado por la versión de Ovidio, la más divulgada, que cuenta con un Narciso vanidoso. En cambio, otra versión afirma que era un joven callado y reflexivo, que incluso ignoraba su belleza, puesto que su madre (la ninfa Liríope de Tespia) había sido advertida por el adivino Tiresias sobre la muerte mortal de su hijo, la cual tendría lugar al conocer su reflejo o simplemente al conocerse a sí mismo, por lo que su madre nunca le había dejado acercarse a un espejo.
También encontramos otros matices, como que Narciso se separa de sus compañeros en el bosque, y por ello, Eco, que le había estado observando durante días, se decide a confesarle su amor.
Cabe destacar el por qué Narciso escucha su eco como respuesta. Se debe al castigo que Hera había impuesto sobre la ninfa Eco al conocer que ésta la entretenía contándole historias para encubrir a Zeus, quien, mientras, aprovechaba para tener relaciones amorosas con las mortales. Tras el hecho narrado, sintiendo una profunda tristeza, Eco huye hacia una cueva, donde se consume hasta sólo quedar su voz. Los dioses intervendrían, ya que la urgencia por beber no es casualidad, sino que se explica como castigo de Némesis (diosa de la venganza).
En este óleo, Dalí une la tradición clásica con las nuevas corrientes surrealistas. A su vez, deseó acompañar la pintura con un poema, que publicó en París el mismo año.
En la figura de la izquierda observamos a Narciso doblado sobre sí mismo, con la cabeza apoyada en la rodilla. Sobre el agua contemplamos su reflejo. En la derecha, aparece una mano que sostiene un huevo, del cual surge la flor de nombre homónimo a nuestro personaje. Cada lado del cuadro ha sido pintado con una tonalidad distinta, el izquierdo cálido y el derecho frío. Entre ambas manos, encontramos una masa de gente, pretendientes, tanto hombres como mujeres que han sido rechazados por Narciso.