En la cultura griega, las metamorfosis han dado lugar a muchos mitos, como los de Zeus para conseguir relaciones extramatrimoniales, como la de Narciso, la de Dafne y muchas otras. Yo me centraré en la de Dríope.
Dríope fue una hermosa joven de la cual Apolo se enamoró y para estar cerca de ella se metamorfoseó en una serpiente. De esta unión surgió Anfisio. Ella se casó con Andremón el cual recibió al hijo de ésta como si fuese suyo también.
Un día, cuando Dríope llevaba a su hijo en brazos, llegó su trágico final el cual narraré en primera persona.
Llevaba a mi hijo en brazos y quise coger una bella flor que encontré en la orilla del río, para que el pequeño se entretuviese. En ese mismo momento, cuando la conseguí cortar, me dí cuenta que de ella caían gotas de sangre. Supuse que en ella se había metamorfoseado alguna ninfa. Recé e intenté alejarme pero todo fue en vano. Comencé a notar que mis pies quedaban anclados en tierra a modo de raíces y lentamente, algo parecido a una corteza me estrechó el cuerpo. Me encontraba desesperada y quería tirarme de los pelos pero ya no tenía y en lugar de cabello, en mi cabeza, había hojas. Junto a mí estaba mi hermana Íole, que creía que abrazándome detendría lo que me estaba ocurriendo. Cuando llegaron mi padre y mi esposo con intención de buscarme ya nada quedaba de mí, a excepción del rostro. Mi hermana me señaló y ellos me abrazaron y besaron. No podía dejar de llorar. Con gran esfuerzo logré articular algunas palabras. Les pedí, por favor, que rescataran al niño de las ramas de su madre, que le cuidaran y que cuando fuera un poco más grande lo acompañaran hasta aquí para que pudiera jugar junto a mí. Tras ello, ya no pude articular más ninguna palabra. Me había transformado en un árbol, el árbol de loto.
Según Ovidio las palabras que Dríope consiguió hacer llegar a sus familiares fueron:
Un día, cuando Dríope llevaba a su hijo en brazos, llegó su trágico final el cual narraré en primera persona.
Llevaba a mi hijo en brazos y quise coger una bella flor que encontré en la orilla del río, para que el pequeño se entretuviese. En ese mismo momento, cuando la conseguí cortar, me dí cuenta que de ella caían gotas de sangre. Supuse que en ella se había metamorfoseado alguna ninfa. Recé e intenté alejarme pero todo fue en vano. Comencé a notar que mis pies quedaban anclados en tierra a modo de raíces y lentamente, algo parecido a una corteza me estrechó el cuerpo. Me encontraba desesperada y quería tirarme de los pelos pero ya no tenía y en lugar de cabello, en mi cabeza, había hojas. Junto a mí estaba mi hermana Íole, que creía que abrazándome detendría lo que me estaba ocurriendo. Cuando llegaron mi padre y mi esposo con intención de buscarme ya nada quedaba de mí, a excepción del rostro. Mi hermana me señaló y ellos me abrazaron y besaron. No podía dejar de llorar. Con gran esfuerzo logré articular algunas palabras. Les pedí, por favor, que rescataran al niño de las ramas de su madre, que le cuidaran y que cuando fuera un poco más grande lo acompañaran hasta aquí para que pudiera jugar junto a mí. Tras ello, ya no pude articular más ninguna palabra. Me había transformado en un árbol, el árbol de loto.
Según Ovidio las palabras que Dríope consiguió hacer llegar a sus familiares fueron:
“Si algún crédito se da a los desdichados, yo juro por los poderes divinos que no he merecido esta atrocidad. Sin culpa sufro castigo. He vivido sin hacer daño. Si miento, que me seque y pierda las hojas que tengo, y que me corten con hachas y me quemen. Pero al menos quitad a este niño de las ramas de su madre, y dadlo a una nodriza, y ocupaos de que debajo de mi árbol juegue.
Y cuando pueda hablar, ocupaos de que salude a su madre y diga entristecido: “Mi madre está oculta en este tronco”. Pero que tenga miedo al lago y no coja flores de los árboles y piense que todos los vegetales son cuerpos de diosas. ¡Adiós, querido esposo y tú, hermana, y padre mío!. Y otra cosa, si me tenéis algún afecto, defended mi ramaje de la herida de la afilada podadera. Y, puesto que ya no me está permitido inclinarme hacia vosotros, levantad hasta aquí vuestros miembros y acercaos para que yo os bese, mientras aún se me puede tocar, y alzad a mi hijito. Yo no puedo seguir hablando. Pues ya la blanca capa subcortical va avanzando por mi blanco cuello, y mi parte más elevada se está escondiendo. Apartad de mis ojos las manos. Que la corteza, trepando hasta arriba, me cierre sin vuestra ayuda los ojos moribundos”
1 comentario:
Ya ves lo peligroso que es salir al campo y coger flores!!
Buena redacción, Patricia.
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