30 de enero de 2011

La metamorfosis de Adonis


Una metamorfosis en la mitología griega es cuando una divinidad cambia su forma física, o la de otra persona, por otra para conseguir determinados objetivos. Las metamorfosis más conocidas son las de Zeus: para conseguir acostarse con quien quiera es capaz de transformarse en un toro blanco, en un cisne o incluso en polvo dorado. No siempre tiene por qué ser una divinidad la que cambie de forma pues cualquier dios puede, bajo forma de castigo, transformar a otros seres mortales (es el caso de Atenea y Aracne, que fue transformada en araña después de una rivalidad con la diosa).

Un ejemplo de otra metamorfosis es la de Adonis en una anémona, después de que, tras su muerte, Venus (Afrodita) le convirtiese en esa flor por amor. La madre de Adonis, Mirra, no veneraba a Venus y, como castigo, hizo que se enamorara de su padre. Mirra logró acostarse con su padre y cuando éste se dio cuenta de quien era su concubina intentó matarla. Por suerte consiguió huir, pero estaba embarazada y tan avergonzada que suplicó a los dioses que le hicieran algo. Éstos la convirtieron en un árbol y, mientras sufría la transformación, una ninfa lo observó todo. Cuando nació el bebe la ninfa lo cuidó y lo educó. Un día Venus estaba paseando con Cupido en un carro por el cielo y justo en el momento en que vio a Adonis en un río se pinchó accidentalmente con la punta de una flecha de oro de Cupido y se enamoró perdidamente. Al final Adonis muere y Venus le convierte en una flor.

Este momento recrea la muerte de Adonis:

Era una noche preciosa: la luna brillaba firme sobre el cielo, soplaba una suave brisa y no se oía ni el más mínimo ruido. Silencio, demasiada tranquilidad. La calma que precede a la tempestad, como debí suponer y no hice. Yo había salido a dar un paseo, como hacía todas las noches antes de acostarme, sin saber lo que el destino me deparaba, sin saber que en esa misma noche mi vida iba a llegar a su fin por la cornada mortal de un jabalí. Sí, mi vida con aspecto humano terminó allí, desangrándome y chillando, pensando en los buenos momentos que pasé en mi corta existencia junto a Venus. Pero ahora soy una flor, una anémona con pétalos rojos como la sangre y frágiles como un niño, y descanso bajo el árbol que me dió la vida y que, ahora si lo sé, era mi madre. Aún puedo recordar la primera vez que la vi, descendiendo del cielo en su carroza tirada por diez cisnes más blancos que la nieve, mirándome majestuosamente y pidiéndome que me acercase. Yo le hice caso, fascinado como estaba por su presencia y preguntándome qué podía querer la diosa de mí. Me pidió que le acompañara a dar una vuelta y, por supuesto, accedí.
Pasaron días, semanas y meses, y cada vez, desde que salía hasta que se ponía el sol, Venus venía y pasaba conmigo todo el día: unas veces cazábamos, otras pescábamos o simplemente nos dábamos un chapuzón en el río. Se notaba que estaba profundamente enamorada de mí, pero todo llega a su fin y el mío llegó aquella trágica noche. Sé que le dolió mucho el haberme perdido, pero no había nada que hacer. La herida era profunda y me desangraba rápido, y cuando ella vino ya había terminado todo. Estaba muerto y, por mucho que se empeñara, por mucho que se mesara los cabellos e intentara detener la hemorragia con sus propias manos, no podía hacer nada. Me veló durante toda la noche y como último consuelo para ella y como una última ofrenda para mí, me convirtió en una flor de una especie hasta entonces desconocida: una anémona.


Venus y Adonis, de
Antonio Cánovas




Imagen de una anémona




3 comentarios:

Virginia dijo...

Felicidades, Sergi, por la redacción. Me ha gustado mucho.

Ana dijo...

¡Me encanta esta historia! Me ha resultado muy interesante leerla en 1ª persona, provoca más impacto.

Anónimo dijo...

Me encanta como lo has redactado, he sentido muchas emociones. ¡Enhorabuena por el gran esfuerzo!
Álvaro Ángel :) BESETES